May 18, 2024 Last Updated 3:09 PM, May 18, 2024

Escribe Nicolás Núñez

El 21 de enero se cumplen cien años de la muerte de Lenin. Con este artículo, desde Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de las y los Trabajadores - Cuarta Internacional (UIT-CI) iniciamos una campaña de homenaje y reivindicación del histórico dirigente bolchevique, quién encabezó la Revolución Rusa junto a León Trotsky.

Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, (1870-1924) fue el principal dirigente y responsable en las décadas previas a los procesos revolucionarios de 1917 de la construcción del Partido Bolchevique, de la herramienta política que hizo posible el triunfo de la Revolución Socialista por sobre el régimen zarista, la burguesía, el imperialismo y los sectores reformistas. Por sí solo eso debería bastar para que desde la izquierda reivindiquemos su lucha y su obra en el centenario de su muerte. Sin embargo, a la hora de preguntarnos por la relevancia y actualidad del pensamiento de Lenin la respuesta resulta mucho más profunda. ¿Por qué Lenin en 2024?

Porque definió nuestra época histórica

A la hora de encontrar una respuesta a los motivos que empujaron a la primer guerra mundial, Lenin precisó que el capitalismo había entrado en una nueva fase, caracterizada por el fin del mundo de la “libre competencia” y la emergencia del imperialismo, con el nuevo poderío del capital financiero y la culminación del reparto del mapa global que empujaba a que la búsqueda de nuevos mercados para la industria capitalista debiera realizarse por la vía de la disputa armada entre las potencias. Además, explicó cómo al capital le empezaba a quedar “un vuelto” en sus superganancias para constituir una casta privilegiada dentro de la clase trabajadora que responda a sus intereses: la burocracia política y sindical que seguimos padeciendo hasta el día de hoy en todo el planeta.

Se abría una época de decadencia, donde quedaba atrás el potente desarrollo de las fuerzas productivas del Siglo XIX que habían descripto Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, y donde lo que se consolidaba era un escenario global de crisis, guerras y revoluciones. La Revolución Rusa vino a confirmarlo: la época de la burguesía en ascenso en lucha contra los resabios feudales había quedado atrás, y en cambio, la humanidad se sumergía en la época de la lucha de la clase trabajadora por el socialismo. Época que terminará o bien con el triunfo de la clase oprimida, o bien en la degradación total de las clases en pugna: la barbarie, u hoy podríamos sumar también, en la catástrofe ambiental-climática.

Porque nos legó un programa político

Tomando las lecciones tanto de los fundadores del marxismo como de los procesos revolucionarios precedentes, Lenin desarrolló en “El Estado y la Revolución” (1917) un programa político en estricto sentido de la palabra. Más allá de las demandas económicas y sociales ¿qué hacer con el poder político? El andamiaje de la democracia burguesa y el estado capitalista no pueden ser simplemente tomados por la clase trabajadora para implementar su programa, sino que necesita pelear por otro tipo de Estado, obrero, y formas de gobierno nuevas, verdaderamente democráticas por su carácter de clase (por primera vez un gobierno de la mayoría y no de una minoría) y por su método: la democracia directa, la planificación democrática de la economía, los cargos revocables y sin remuneraciones de privilegio.  

Porque nos enseñó a construir partidos

En el “¿Qué hacer?”, parafraseando a Arquímides, Lenin afirmaba: “dadnos una organización de revolucionarios y moveremos a Rusia desde sus cimientos”. ¡Y vaya si lo hizo! A partir de los debates en torno a aquel texto le debemos también la profesionalización de la militancia revolucionaria, que de la mano del sector mayoritario (Bolchevique) del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso que lo acompañó, aprendió a diferenciar la especificidad de la militancia sindical (“tradeunionista” del obrero contra su patrón), de la militancia y las luchas políticas por la transformación de la sociedad en su conjunto.

Lenin explicó la necesidad de una organización específica para la lucha política, con su funcionamiento centralizado y a la vez democrático (en el que más de una vez le tocó estar en minoría); que pueda guardar aspectos clandestinos ante la persecusión política de los gobiernos patronales; que se construya en base a un agrupamiento voluntario de militantes que quieran dedicar su vida a la pelea por el socialismo. Ese partido debía construir la figura de “tribunos populares” que puedan trazar ante las masas la relación de los reclamos de la clase trabajadora con los del conjunto de los sectores en lucha y viceversa. Lo que hoy diríamos en torno a unir el triunfo de los reclamos democráticos, del movimiento de mujeres y disidencias, del movimiento estudiantil, del ambiental, de los pueblos originarios, de cada uno de los sectores oprimidos por el capitalismo y sus gobiernos con el triunfo de la clase trabajadora en su pelea por el poder político. Y a su vez, ese partido se consolidaría en torno al trabajo con su “organizador colectivo”: el períodico impreso para difundir y debatir con el conjunto de los sectores en lucha.

Además, podemos agregar, que la última batalla que dio Lenin en el fin de su vida fue la pelea contra la burocratización del Partido y de la revolución que había comenzado Josef Stalin. Pelea que quedó graficada en su Testamento, oculto por el estalinismo durante décadas, en el que el líder de la revolución entendía que era necesario y urgente remover a Stalin del lugar de Secretario General del partido. Algo que muy lamentablemente no fue llevado adelante, y terminó con el exterminio de toda oposición y particularmente la “Oposición de Izquierda” trotskista, y la imposición del programa reaccionario del “socialismo en un solo país”.

Porque nos legó también un método

Nahuel Moreno, el fundador de nuestra corriente, solía hablar del “sano empirismo de Lenin” para dar cuenta de su permanente huída del dogmatismo y su predilección porque sea la realidad la que le dé cuerpo a la teoría y no pretender que la realidad se adapte a nuestros esquemas. Lenin solía citar una frase de Napoleón, “On s’engaje et puis on voit”, algo así como “vamos a la lucha y después vemos”, lo que como explicó luego Trotsky era sinónimo de: “una vez embarcado en la lucha, no ocuparse demasiado de los modelos y de los precedentes, profundizar en la realidad tal cual es y buscar en ella las fuerzas necesarias para la victoria y las vías que conducen a ella”.  

Cien años después, con ese método, con ese programa para la época de decadencia del capitalismo en que seguimos inmersos, desde Izquierda Socialista y la UIT-CI seguimos tratando de construir el Partido por el que dio batalla Lenin, para enfrentar a los Milei y el conjunto de los partidos patronales, pero sobre todo, para pelear por el gobierno de la clase trabajadora y el socialismo.



León Trotsky sobre la importancia de Lenin en la Revolución Rusa*
Nuestros sabios podrían decir, que si Lenin hubiese muerto en el extranjero a principios de 1917, la revolución de Octubre hubiese ocurrido “de la misma forma”. Pero no es cierto. Lenin constituía uno de los elementos vivos del proceso histórico. Encarnaba la experiencia y la perspicacia de la parte más activa del proletariado. Su aparición en el momento preciso en el terreno de la revolución era necesario a fin de movilizar a la vanguardia y de ofrecerle la posibilidad de conquistar a la clase obrera y a las masas campesinas. En los momentos cruciales de los giros históricos, la dirección política puede convertirse en un factor tan decisivo como el de un comandante en jefe en los momentos críticos de la guerra. La historia no es un proceso automático. Si no ¿para qué los dirigentes? ¿para qué los partidos? ¿para qué los programas? ¿para qué las luchas teóricas?


*Clase, partido y dirección. México, 1940.
 

Escribe Federico Novo Foti

Desde su asunción en 1999 el presidente Fernando De la Rúa (UCR) implementó un fuerte ajuste, profundizando el modelo menemista y llevando al país a la ruina social y económica. El 19 y 20 de diciembre de 2001 la rebelión popular echó al presidente radical, derrotó el plan de ajuste del gobierno y el imperialismo, y golpeó al régimen político basado en el bipartidismo PJ-UCR. Los ecos del Argentinazo siguen sonando.
 
El 1° de diciembre de 2001, el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, apareció en cadena nacional para realizar una serie de anuncios. Ante millones, informó las medidas que tomaría el gobierno, en acuerdo con el imperialismo, para sortear la creciente crisis económica y garantizar el pago de la deuda externa: impuso el famoso “corralito” bancario (la imposibilidad de retirar de los bancos más de 250 pesos por semana), la bancarización forzosa de la economía, entre otras medidas que beneficiaban a los bancos y descargaban la crisis sobre los trabajadores y sectores populares. Sus anuncios desataron inmediatamente la bronca popular y profundizaron la crisis política.

Trabajadores, jubilados y ahorristas de clase media se agolparon en las puertas de los bancos. Los “cacerolazos” de protesta se multiplicaron durante las noches en las principales ciudades del país. Los piquetes de desocupados se generalizaron. En las movilizaciones se escuchaba el grito de: “¡piquete y cacerola, la lucha es una sola!”. Obligadas por la crisis y con el objetivo de descomprimir la situación, las centrales sindicales (las CGT -Daer y Moyano- y la CTA) convocaron a una huelga general para el 13 de diciembre. Pero los cacerolazos, piquetes y movilizaciones continuaron desbordando a todas las conducciones.

El 19 de diciembre se generalizaron los saqueos a supermercados en las principales ciudades del país. Ese mismo día, decenas de miles comenzaron a organizarse, especialmente en las barriadas obreras y populares del conurbano bonaerense y de Capital, para rechazar el ajuste con cortes de calles y cacerolazos masivos. La respuesta del gobierno no se hizo esperar y, con el apoyo del PJ, el presidente Fernando De la Rúa (UCR) declaró el “estado de sitio”. La prohibición de reclamar echó más leña al fuego. Espontáneamente decenas de miles se movilizaron a Plaza de Mayo y se enfrentaron con la policía. En la madrugada del 20 de diciembre renunció Cavallo. Pero la movilización y las barricadas para enfrentar la represión policial, a pesar de los treinta y nueve asesinados, continuaron al grito de “¡que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Por la tarde, De la Rúa anunció su renuncia, huyendo en helicóptero desde el techo de la Casa Rosada.
El “Argentinazo”, una rebelión obrera y popular espontánea, había triunfado.
 
De la crisis al Argentinazo

Dos años antes, en 1999, la Alianza (UCR/Frepaso) había ganado las elecciones, asumiendo como presidente De la Rúa. La expectativa de la clase trabajadora y sectores populares era enorme, ya que el nuevo presidente prometía terminar con el modelo de ajuste y saqueo del país instaurado por el ex mandatario peronista Carlos Menem. Pero sucedió todo lo contrario. El nuevo gobierno profundizó el modelo menemista. Para 2001, la desocupación ya golpeaba a 2,5 millones de trabajadores (18,3%), y junto con la caída del salario, hundían a 14 millones de personas en la pobreza. En marzo de ese año, De la Rúa nombraría al ex funcionario de la dictadura y del menemismo, Domingo Cavallo, como ministro de Economía.1 Éste recibiría “superpoderes” en el Congreso, con el aval del peronismo, para establecer un acuerdo con el FMI y lanzar su plan fiscal de “déficit cero” para garantizar el pago de la deuda externa. El resultado fue calamitoso: la quiebra de las provincias y el atraso en los pagos de salarios y jubilaciones. En diciembre, los anuncios de un nuevo ajuste y el “corralito”, después de que las multinacionales hubieran fugado miles de millones de dólares, precipitaron los acontecimientos.

La movilización revolucionaria de las masas tumbó al gobierno y su plan de ajuste, obligando al presidente “interino” peronista Adolfo Rodríguez Saá a anunciar el no pago de la deuda externa al FMI, arrancándole más de dos millones de planes sociales para los desocupados y a congelar las tarifas de los servicios públicos privatizados, entre otras medidas. A los pocos días, una nueva marcha a Plaza de Mayo derrocó a Rodríguez Saá. De hecho, cinco presidentes pasaron en poco más de una semana, donde primó el vacío de gobierno. El peronista Eduardo Duhalde, quien asumió a fin de año, estuvo todo el mes de enero al borde de la caída, jaqueado por marchas y reclamos. El Argentinazo puso en crisis el régimen de alternancia bipartidista, con el estallido de la UCR, el quiebre del peronismo y los cuestionamientos al Congreso y la Justicia.

El Argentinazo “congelado”

Duhalde primero y Néstor Kirchner después se dieron a la tarea de “congelar” esa tremenda movilización popular y reconstruir el maltrecho régimen capitalista semicolonial del país. Con mucho esfuerzo lo fueron logrando. Aunque Duhalde debió irse antes, tras la masacre del Puente Pueyrredón, y Kirchner debió adoptar el “doble discurso” para gobernar. Contaron a su favor con una coyuntura económica mundial que subió a valores astronómicos los precios de los bienes que exportaba nuestro país, empezando por la soja.

Con Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner volvieron los políticos patronales corruptos, sus jueces adeptos y los empresarios prebendarios del estado. En 2005, Néstor pagó la deuda externa al FMI. Cristina siguió sus pasos, convirtiéndose en “pagadora serial” de la deuda. También habilitaron nuevas formas de saqueo de nuestros recursos, como la megaminería contaminante. Tras cuatro años de desastre macrista (PRO-UCR), volvió el peronismo con el Frente de Todos y las promesas de Alberto Fernández, Cristina y Sergio Massa de activar la economía, privilegiar a los jubilados por sobre el FMI y “llenar la heladera” de los trabajadores. Nada de eso ocurrió. El reconocimiento de la deuda de Macri y el nuevo acuerdo de ajuste con el FMI fue un golpe contra los trabajadores y los sectores populares. El resultado es una inflación galopante y el aumento de la pobreza. El triunfo del ultraderechista Javier Milei en las elecciones fue resultado del desastre que dejaron los sucesivos gobiernos patronales tras el 2001. Con un discurso “anti casta” política y el “que se vayan todos”, capitalizó la ruptura que existe con peronistas, radicales y macristas. Pero su plan de ajuste de “shock” y de mayor saqueo sólo auguran nuevas frustraciones.

A pesar de todo, los ecos del Argentinazo continúan sonando. En estos veintidós años, los trabajadores, la juventud, las mujeres y el pueblo siguieron luchando, enfrentando medidas de ajuste, saqueo, opresión y contaminación de los gobiernos y el FMI. Ante el anunciado “plan motosierra”, la perspectiva de que surjan nuevas luchas estará a la orden del día y con ellas también la posibilidad de nuevos “Argentinazos”, para terminar con el ajuste y el saqueo, romper con el FMI, para que de una vez por todas “se vayan todos” y logremos un gobierno de los trabajadores y trabajadoras por el socialismo. En esa perspectiva, acompañando cada pelea, intervenimos desde Izquierda Socialista en el Frente de Izquierda Unidad.   
 
1. Ver la serie “Diciembre de 2001” (Star+), basada en el libro de Miguel Bonasso. “El palacio y la calle”. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2023.



Nuestra corriente y el Argentinazo

Durante el Argentinazo nuestra corriente intervino en los cacerolazos, movilizaciones, piquetes, barricadas y asambleas barriales. Primero, impulsando el “fuera Cavallo y De la Rúa”. Tras la caída del gobierno, planteando un plan de emergencia obrero y popular y una salida de fondo: que gobiernen las y los trabajadores, con consignas como “que gobiernen los trabajadores, las asambleas barriales y la izquierda”.1 Pero la traición de las burocracias sindicales, sumada a la inexperiencia del activismo y la falta de una dirección revolucionaria reconocida por el movimiento de masas, permitieron maniobrar al imperialismo, la burguesía y sus partidos (PJ y UCR) para recomponer el golpeado régimen político, imponer el orden y “congelar” el Argentinazo. Pero hoy, a pesar de todo, la perspectiva es que surjan nuevas luchas y rebeliones que vuelvan a poner a la orden del día las consignas del Argentinazo. Esta vez, para lograr el gobierno de trabajadores será necesaria una nueva dirección revolucionaria, con peso y prestigio entre los trabajadores y luchadores. En esa perspectiva llamamos a fortalecer al sindicalismo combativo y a construir Izquierda Socialista/FIT Unidad.

1.  Ver Correspondencia Internacional N.º 17, enero 2002. Publicación de la UIT-CI.

Escribe Francisco Moreira

El 9 de noviembre de 1918 la revolución obrera obligó al káiser Guillermo II a renunciar y terminó con el Imperio Alemán. La traición del Partido Socialista Alemán (SPD) y la Segunda Internacional salvó a la burguesía, que retuvo el poder. Como entonces, las decepciones y traiciones de los falsos “socialistas” de hoy, plantean la imperiosa necesidad de construir partidos revolucionarios.

A cuatro años de iniciada la “gran guerra” interimperialista (primera guerra mundial), el hartazgo de los soldados, trabajadores y campesinos alemanes provocado por las penurias padecidas y las sucesivas derrotas militares explotó en un amotinamiento en la flota apostada en la ciudad de Kiel, a orillas del Mar Báltico. A fines de octubre de 1918, los marineros se negaron a intervenir en la última batalla contra los británicos. Respondiendo a la represión del motín, desarmaron a los oficiales, ocuparon los barcos y liberaron a los presos. Formaron un “consejo de trabajadores y soldados” que tomó el control del puerto y envió delegaciones a todas las grandes ciudades alemanas. La revolución se extendió rápidamente por todo el país. Se formaron consejos que exigían la paz sin anexiones y el derrocamiento del káiser (emperador) Guillermo II. En la noche del 8 de noviembre un centenar de dirigentes revolucionarios ocuparon el Reichstag (Parlamento) en Berlín y conformaron un “consejo de representantes del pueblo”, llamando a un congreso de los consejos de soldados y trabajadores. La insurrección del 9 de noviembre obligó a abdicar al káiser, terminando con la monarquía, mientras una multitud en el Palacio Real y el Reichstag proclamó la “República Socialista”.

La traición de los falsos “socialistas”

Desde 1916 el poder en Alemania estaba de hecho en manos del Comando Militar Supremo, que había impuesto el estado de sitio, jornadas laborales de 12 horas y reducción salarial. Pero desde 1917 hubo masivas huelgas organizadas por 300.000 trabajadores de la industria bélica en Berlín, Leipzig y Dusseldorf. En enero de 1918 tuvo lugar un verdadero “ensayo de revolución”, con un millón de trabajadores en huelga general y movilizados por los consejos de trabajadores y soldados. Cada vez más manifestantes luchaban por el fin de la guerra, la paz sin anexiones, contra la carestía de la vida y contra la monarquía.1

La agitación en Alemania se sumó a la oleada revolucionaria que sacudió Europa, devastada por la carnicería de la guerra interimperialista. En febrero de 1917 cayó el zar (rey) Nicolas II de Rusia y en octubre los “soviets” (consejos de obreros, campesinos y soldados) tomaron el poder, instaurando el primer gobierno obrero y campesino revolucionario, dirigido por el partido bolchevique de Vladimir Lenin y León Trotsky. En noviembre de 1918, le tocó el turno al imperio alemán.

Pero ante la caída del káiser, el príncipe Max von Baden, canciller imperial, negoció la formación de un gobierno falsamente “socialista” con el principal partido obrero reformista, el Partido Socialista Alemán (SPD). El SPD y sus líderes Friedrich Ebert y Philipp Scheidemann celebraron “el nacimiento de la democracia alemana” y se dispusieron a conciliar con los partidos burgueses para definir la forma del Estado en el marco de la continuidad del régimen capitalista.

El SPD conducía al movimiento obrero alemán y a la Segunda Internacional. En el inicio de la guerra, tenía un millón de miembros, dos millones de afiliados en los sindicatos, 110 diputados nacionales, 220 provinciales y 2.886 municipales. Con el “socialista” Ebert como presidente del “nuevo gobierno de obreros”, el SPD consumaría la traición a la “revolución de noviembre”. Su objetivo no era lograr un gobierno revolucionario de los consejos de trabajadores y soldados en la lucha por el socialismo sino, por el contrario, sofocar el movimiento revolucionario y encauzar la nueva etapa republicana en los marcos del dominio burgués.

Pero la marea huelguística no se detenía. El gobierno debió legalizar la jornada de 8 horas, ya impuesta en los hechos. El 16 de diciembre, 250.000 manifestantes exigieron en Berlín la socialización de la producción y otorgar el poder a los consejos. En enero de 1919, Ebert lanzó una ofensiva contra los revolucionarios y la vanguardia obrera. El nuevo Jefe de Policía, el “socialista” Gustav Noske, pactó con el Comando Militar Supremo del káiser y sus paramilitares monárquicos (freikorps) para desatar la represión ante la huelga general insurreccional convocada por el Comité Revolucionario. Tras cinco días de cruentos combates, el 15 de enero, los revolucionarios fueron derrotados por las tropas del gobierno “socialista”, siendo muchos de ellos fusilados.
A pesar de este duro golpe, el ascenso revolucionario y los consejos se mantuvieron hasta 1923. Ese año comenzaría el retroceso del movimiento obrero. Al mismo tiempo, daría sus primeros pasos en Munich un oscuro cabo del ejército, Adolf Hitler: nacía el nazismo.

La debilidad del partido revolucionario

La traición del SPD y la Segunda Internacional había comenzado en 1914 cuando su conducción, burocratizada y jugada a la defensa del capitalismo, avaló que cada gobierno imperialista se lanzara a la guerra, llevando a los obreros a una carnicería.

En Alemania, cuando se aprobaron los créditos de guerra, el 4 de agosto de 1914, sólo uno de sus diputados se opuso, Karl Liebknecht, quien denunció el carácter burgués imperialista del conflicto y fue expulsado del SPD. En 1916, fue preso junto a Rosa Luxemburgo, acusados de “alta traición”. Ese mismo año, Luxemburgo y Liebknecht fundaron la Liga Espartaco. Una organización pequeña, que comenzó a ganar influencia al calor del ascenso revolucionario. Eran aliados de los bolcheviques y en la “revolución de noviembre”, tras su liberación, se negaron a apoyar al gobierno burgués del SPD y propusieron que los consejos obreros tomaran el poder.  

Los espartaquistas fundaron en enero de 1919 el Partido Comunista Alemán (KPD), mientras crecía su influencia. Pero los “socialistas” reformistas del SPD aún mantenían su dominio mayoritario sobre los trabajadores. En su defensa encarnizada de la burguesía, el SPD cometió el crimen atroz de fusilar, el 19 de enero, a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo, luego de que fueran detenidos. El cuerpo descuartizado de Rosa fue arrojado al canal Landwehr del río Spree en Berlín.

La revolución alemana expuso con toda crudeza la importancia de construir partidos revolucionarios. La caída del emperador alemán fue comparable a la caída del zar ruso, lo que Nahuel Moreno denominó una “revolución socialista inconsciente”.2 En Berlín se formó un gobierno “socialista” análogo al Gobierno Provisional ruso de Kerensky con los mencheviques y socialrrevolucionarios. Pero mientras estos fueron expulsados del gobierno y bajo la conducción bolchevique triunfó la revolución socialista de octubre, en Alemania la traición de los reformistas logró su objetivo. La diferencia estuvo en que en Rusia, durante décadas se había construido el partido bolchevique, forjado en la acción revolucionaria y dispuesto a encabezar la lucha por el poder en una insurrección cuidadosamente planificada cuando se hubiera ganado a la mayor parte de los soviets obreros.

En Alemania, por el contrario, la heroica vanguardia que encabezaban Luxemburgo y Liebknecht, no compartían la necesidad imprescindible de construir ese partido de combate y con centralismo democrático. Al estallar la revolución, los espartaquistas crecieron y se fortalecieron pero no pudieron construir en pocos meses lo que había costado décadas a los revolucionarios rusos. Esto facilitó el éxito de la acción contrarrevolucionaria de Ebert, el SPD y sus aliados burgueses, que golpearon sin piedad contra los revolucionarios alemanes. La pervivencia de falsos “socialistas” que en la actualidad promueven la conciliación de clases y llevan a los pueblos a nuevas decepciones, plantean la imperiosa necesidad de construir partidos revolucionarios.
 
1. Ver Erich Maria Remarque. “Sin novedad en el frente”, Editorial Edhasa, Barcelona, 2023 y la película homónima de Edward Berger de 2022 (Netflix).

2. Ver Nahuel Moreno. “Revoluciones del siglo veinte”, CEHus, Buenos Aires, 2021 en www.nahuelmoreno.org



Trotsky y la revolución alemana de 1918

“[…] Ha quedado demostrado que, sin un partido capaz de dirigir la revolución proletaria, ésta se torna imposible. El proletariado no puede apoderarse del poder por una insurrección espontánea. Aún en un país tan culto y desarrollado desde el punto de vista industrial como Alemania, la insurrección espontánea de los trabajadores en noviembre de 1918 no hizo sino trasmitir el poder a manos de la burguesía. Una clase explotadora se encuentra capacitada para arrebatárselo a otra clase explotadora apoyándose en sus riquezas, en su “cultura”, en sus innumerables concomitancias con el viejo aparato estatal. Sin embargo, cuando se trata del proletariado, no hay nada capaz de reemplazar al partido.”1 “Después de la [primera] guerra, se produjeron una serie de revoluciones que significaron brillantes victorias: en Rusia, en Alemania, en Austria-Hungría, más tarde, en España. Pero fue sólo en Rusia donde el proletariado tomó plenamente el poder en sus manos, expropió a sus explotadores y, gracias a ello, supo cómo crear y mantener un Estado obrero. En todos los otros casos, el proletariado a pesar de la victoria se detuvo, por causa de su dirección, a mitad de camino. El resultado de esto fue que el poder escapó de sus manos y, desplazándose de izquierda a derecha, terminó siendo el botín del fascismo.”2

1. León Trotsky. “Lecciones de octubre” [1924] CEHuS, Buenos Aires, 2017.
2. León Trotsky. “¿Adónde va Francia?” [1934] Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1974.

Escribe Francisco Moreira
 
La caída de la dictadura militar fue un logro revolucionario de las masas. En octubre de 1983 Raúl Alfonsín (UCR) ganó las elecciones. Con Alfonsín y los sucesivos gobiernos patronales la Argentina continuó siendo una semicolonia capitalista, cuya población está sumida en la pobreza y miseria crecientes. Desde Izquierda Socialista/FIT Unidad planteamos la pelea por las soluciones de fondo y seguimos luchando por el gobierno de las y los trabajadores y el verdadero socialismo.
 
El 30 de octubre de 1983 se realizó la elección presidencial que terminó con siete años de dictadura militar. En ella triunfó, con casi el 52% de los votos, la fórmula radical integrada por Raúl Alfonsín y Víctor Martínez. En la campaña electoral, los candidatos Ítalo Luder (PJ) y el propio Alfonsín (UCR) habían lanzado todo tipo de promesas. Millones de trabajadores y otros sectores populares, incluyendo a muchos peronistas, le dieron su voto a Alfonsín, quien se hizo eco de las aspiraciones de libertad y progreso surgidos en la lucha contra la dictadura. Dos de sus emblemáticas consignas fueron: “con la democracia se come, se cura y se educa” y “no pagaremos la deuda externa con el hambre del pueblo”. Ninguna de las dos se cumplieron.
 
Cuarenta años de ajuste, saqueo y promesas incumplidas

La dictadura militar instaurada el 24 de marzo de 1976 dejó un saldo de 30.000 detenidos desaparecidos, alrededor de 500 bebés apropiados y miles de exiliados. Profundizó el saqueo imperialista y el sometimiento del país, aumentando la pobreza y la miseria. Creció la deuda externa de 7.800 a 45.100 millones de dólares. La caída de la dictadura fue un enorme triunfo revolucionario, logrado por movilizaciones obreras y populares en medio de una profunda crisis social y económica, y tras la derrota en la guerra de Malvinas. Este triunfo abrió una etapa de grandes libertades democráticas en la que se profundizaron las movilizaciones amenazando al régimen capitalista. La Junta Militar, encabezada por el general Reynaldo Bignone, y los partidos nucleados en la Multipartidaria (UCR, PJ y otros, con la adhesión del PC y PS), lograron desviar el proceso de movilizaciones hacia las elecciones de octubre de 1983.

El triunfo de Alfonsín despertó grandes expectativas que pronto fueron defraudadas. Tras el histórico juicio a las Juntas Militares, promovió las “leyes de impunidad” (Obediencia Debida y Punto Final) para los genocidas. Reconoció la fraudulenta deuda externa de la dictadura y el FMI continuó monitoreando los planes de ajuste. Redujo los presupuestos de Salud y Educación, los salarios cayeron y la inflación se disparó.

En medio de la crisis, Alfonsín entregó anticipadamente la presidencia a Carlos Menem (PJ). En la campaña electoral de 1989, Menem había propuesto como consignas: “salariazo” y “revolución productiva”. Pero indultó a los genocidas, siguió pagando la fraudulenta deuda externa y consumó la mayor entrega del patrimonio nacional de nuestra historia. En medio de una “fiesta” de corrupción, entregó a precio de remate a empresarios extranjeros y locales las empresas estatales, las jubilaciones y bancos. En 1999 ganó la Alianza, encabezada por Fernando De la Rúa (UCR) que, pese a las expectativas de cambio generadas y el anuncio de “terminar con la fiesta menemista”, continuó con su política y agudizó la crisis social y económica. La rebelión popular de 2001, el “Argentinazo”, lo obligó a renunciar a sólo dos años de haber asumido.  

Los primeros años del gobierno de Nestor Kirchner (PJ), desde 2003, estuvieron marcados por la necesidad de aplacar la bronca social y la crisis económica. Los gobiernos kirchneristas de Néstor y Cristina instalaron el doble discurso como política de Estado. Se embanderaron con las consignas de los Derechos Humanos, pero los juicios a los genocidas se hicieron a cuentagotas, desapareció Julio López, crearon el Proyecto X  para perseguir opositores y el genocida César Milani fue nombrado jefe de las Fuerzas Armadas. Prometieron enfrentar al FMI, pero pagaron de contado la deuda externa que siguió creciendo y continuaron la entrega de los recursos naturales con el pacto con Chevrón y las megamineras. Mauricio Macri (Juntos por el Cambio), entre 2015 y 2019, retomó el ataque contra los Derechos Humanos, impulsando el 2x1 que la movilización derrotó y las domiciliarias para los genocidas, profundizó el ajuste y nos volvió a endeudar escandalosamente con el FMI, ganándose el repudio popular.
 
Cuarenta años de luchas obreras y populares

Durante cuarenta años los gobiernos “democráticos” patronales radicales, de la Alianza, peronistas y macrista, profundizaron las políticas de ajuste, entrega y saqueo imperialista, cuyo modelo fue apuntalado por la dictadura militar. El actual gobierno peronista de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa es una expresión más de estos gobiernos del ajuste y el saqueo capitalista. Alberto había prometido “heladera llena”, repudiaba la deuda de Macri y dijo que iba a “elegir a los jubilados antes que el FMI”, pero hizo todo lo contrario. Hoy la pobreza supera el 40% de la población (la indigencia 10%), los salarios se hunden con la inflación y la deuda externa ya supera los 400.000 millones de dólares.

Hoy aparecen personajes como Javier Milei y Victoria Villarruel, liberfachos que hablan de “casta política” mientras niegan el terrorismo de Estado, el genocidio y amenazan a los luchadores sociales y a la izquierda para meter un mayor ajuste con el “plan motosierra” y la quita de las libertades conquistadas.

En oposición, los trabajadores y sectores populares no han dejado de luchar en estos años. La lucha incansable del movimiento por los Derechos Humanos logró los juicios a las Juntas en 1985, derogar las leyes de impunidad en 2003 y frenar el beneficio del 2x1 para los genocidas. La clase trabajadora, a pesar de las continuas traiciones de la burocracia sindical, se ha enfrentado a las permanentes políticas de ajuste. El Argentinazo de 2001 impuso el no pago de la deuda hasta 2005. La cuarta ola del movimiento de mujeres logró la legalización del aborto y la ESI, y el movimiento ambientalista cuestiona la contaminación y el saqueo de las multinacionales.

Para defender las libertades conquistadas desde la caída de la dictadura, seguir peleando por el castigo a los genocidas y fundamentalmente para comenzar a vivir una vida digna hay que romper con el FMI e imponer el no pago de la deuda y un plan económico obrero y popular. Para lograr los cambios de fondo que la “democracia” patronal no ha logrado resolver y ha profundizado. Desde Izquierda Socialista/FIT Unidad planteamos la necesidad de construir una alternativa política, un partido socialista revolucionario que luche por un gobierno de las y los trabajadores, que termine con el capitalismo y luche por el verdadero socialismo con democracia obrera.
 

Escribe Francisco Moreira

Así titulaba la contratapa de “Solidaridad Socialista”, semanario del MAS (antecesor de Izquierda Socialista) del 8/12/1983. Era un llamado a los trabajadores que habían votado a Alfonsín a reflexionar juntos, arrancando de la pregunta: “¿qué podemos esperar del nuevo gobierno?”.

 “El doctor Alfonsín ha dicho que gobernará para todos y en unidad nacional con todos. ¿Es posible? [...] aunque el gobierno tuviera la honesta intención de gobernar para todos, siempre resultaremos embromados los trabajadores, porque no se puede confiar en la oligarquía ni el imperialismo. El que se une a ellos, termina sirviéndoles. [...] Unido, desgraciadamente, a ellos, sólo podemos esperar que el nuevo gobierno continúe o agrave la miseria, los tarifazos y la superexplotación. Y unido, como está, al Fondo Monetario Internacional, sólo podemos esperar que nos mantenga convertidos en una virtual colonia de Estados Unidos. […] Tenemos un país gravemente enfermo, que a su vez forma parte de un mundo capitalista totalmente en crisis, dónde también crece la miseria y se extiende la desocupación. No hay otra alternativa que quitarles las propiedades y la riqueza a la oligarquía y al imperialismo. Eso es lo que proponemos los socialistas. Eso es el socialismo. […]  La única unidad que nos sirve es la de los trabajadores y el pueblo, en nuestro país y en el mundo, para enfrentar y expropiar a los grandes capitalistas, las multinacionales y los terratenientes. […] La lucha del pueblo argentino derribó (es decir, obligó a dar elecciones e irse) a la dictadura militar. Y antes de ello le arrancó derechos democráticos que Videla y Martínez de Hoz habían pisoteado. [...]  La miseria, los tarifazos, el hambre, los desalojos, la explotación y la enfermedad no esperan. [...] Luchemos y organicémonos desde abajo, para reclamar por nuestras necesidades más apremiantes.”
                                                        

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